miércoles, noviembre 29
GONZALO ROJAS: Carta del Suicida
Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales, y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un condor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levanté, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse a la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.



Gonzalo Rojas, ¿Qué se ama cuando se ama? - 1940
 
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sábado, noviembre 18
ENRIQUE LIHN: Porque escribí


Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.

Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendi la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
- ¡que ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria -
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raices.

De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.

La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.

Me condené escribiendo a que todos dudaran
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
- allí, por un momento, siquiera, en esa altura -
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos sicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucie las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.




Enrique Lihn - La musiquilla de las pobres esferas, 1969

 
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viernes, noviembre 10
GONZALO ROJAS: Retrato de Mujer
Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
en la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós en un solo tajo.

Te juré no escribirte. Por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que no me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida invisible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de su frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí, mujer, te dejo tu figura.



Gonzalo Rojas - ¿Qué se ama cuando se ama?
 
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lunes, noviembre 6
NICANOR PARRA: Mujeres
La mujer imposible,
La mujer de dos metros de estatura,
La señora de mármol de Carrara
Que no fuma ni bebe,
La mujer que no quiere desnudarese
Por temor a quedar embarazada,
La vestal intocable
Que no quiere ser madre de familia,
La mujer que respira por la boca,
La mujer que camina
Virgen hacia la cámara nupcial
Pero que reacciona como un hombre,
La que se desnudó por simpatía
(Porque le encanta la música clásica)
La pelirroja que se fue de bruces,
La que sólo se entrega por amor
La doncella que mira con un ojo,
La que sólo se deja poseer
En el diván, al borde del abismo,
La que odia los órganos sexuales,
La que se une sólo con su perro,
La mujer que se hace la dormida
(El marido la alumbra con un fósforo)
La mujer que se entrega porque sí
Porque la soledad, porque el olvido...
La que llegó doncella a la vejez,
La profesora miope,
La secretaria de gafas oscuras,
La señorita pálida de lentes
(ella no quiere nada con el falo)
Todas esas walkirias
Todas estas matronas respetables
Con sus labios mayores y menores
Terminarán sacándome de quicio.



Nicanor Parra - Versos de Salón
 
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miércoles, noviembre 1
CARLOS RUIZ ZALDÍVAR: Romance del Loco Cepeda
Creía que el mundo estaba
sostenido en una hebra,
miraba volar lagartos,
nadar peces en la tierra
y galopar por el cielo
luceros a yeguas sueltas.

Le volaban mariposas
adentro de sus ojeras,
le crecían elefantes
en sus roídas caderas
y hablaba con sus zapatos
a la hora de la siesta.

Lo conocí treinta años
andando por las veredas
en mi pueblo centenario
de anchurosas alamedas.

Nunca supimos su nombre,
sólo era "El Loco Cepeda",
flaco de garbo y lombrices,
mendigador de meriendas,
casa por casa hacia arriba,
calle abajo con sus riendas,
sin más jinete que el viento
en su aventura tremenda.

Tenía un palo por guía,
un gorro de gran visera,
botines dados de baja
y setenta primaveras.

Le regalaban centavos
y dadivaba miserias,
sus migas a las palomas,
sus voces a las maderas,
a los muros, a las rosas,
a grillos y madreselvas.

En su locura heredada
andaba su inteligencia
con sordinas pervertidas
y asnos en la cabeza.

Bailarín a toda calle,
soldado de marchas lerdas,
un tambor imaginario,
cascabel de alguna fiesta,
hablador de raro idioma
como de otros planetas.

No le hacía daño a nadie,
tan inofensivo era,
que le lamían las manos
los perros de las haciendas
y se posaban en su hombro
zorzales de cuerdas frescas.

Tocaba timbres y aldabas,
recibía lo que fuera,
dormía más de ocho horas
cobijado en una cueva,
a solas con sus jergones,
unánime en sus esencias
de extraviado caminante
en una misma secuencia.

En la pila de la plaza
Daniel Antonio Cepeda
refrescábase barato
sus dos piernas andariegas
y se bañaba en el río
conversando con las piedras,
jabonándose la ropa
con barros de las riberas.

Diríase que este loco
tenía cierta decencia
por su afán de pelo corto,
su relativa limpieza,
su forma de decir "gracias"
y recibir las almendras
o de inclinar las cervices
en flexibles reverencias.

No supo de sarnas y piojos,
no tuvo fiebres violentas,
no sufría de calambres
ni nada que se parezca,
si bien sus zapatos grandes
y su camisa desecha
eran algo presentables
en su mínima elocuencia.

No era adicto de alcoholes,
mas si de mieles de abeja,
no encendía cigarrillos
pero estaban en su hoguera
humos de junglas oscuras
para espantar a las fieras.

Tenía buen calendario
para golpear las puertas,
los lunes fuera en el centro,
los martes en alamedas,
los jueves por el mercado,
los domingos en la feria,
a veces de sur a norte,
otras veces por la izquierda
o cuando estaba nublado
lo hacía por la derecha.

Le daban panes maduros
o rancios en sus cortezas,
frejoles frescos de guarda,
humeantes sopas de acelgas,
repetidas carbonadas
o mermeladas caseras.

Clasificaba sus tarros
según los menúes fueran
y nunca anduvo con hambre
más bien con la panza llena
y fue rico en comedores
a todo campo traviesa
con gorriones invitados
y soledades abiertas.

Gran señor de la locura,
remendaba su pobreza
con hilos por las camisas,
con lanas por las chalecas,
con cueros por las sandalias
y con cartones las suelas,
solitario en los caminos
donde los cardos comienzan.

Se suponía magnate
contando cuatro monedas,
un altivo marinero
subiendo las escaleras
y saltando en sus cordeles
un chiquilín de la escuela
saturado de recreos
con siete lenguas afuera.

Un día le pregunté:
¿Cómo te llamas Cepeda?
Me dijo: "me llamo Armando,
Jovino, Pancho y Esteban
Cepeda para servirlo
si es que en algo se pudiera".

Pero el loco no podía
acometer una empresa,
pues trastocaba valores,
cambiaba las herramientas
y confundía las cosas
y hasta su propia conciencia.

Ahora último callaba,
ya no escarbaba la tierra
buscando viejos tesoros
en donde hubo una iglesia.

No hablaba a su propia sombra,
comía sin apetencia,
se le velaban los ojos,
sus alas perdían fuerzas
como si un cóndor herido
al precipicio cayera.

Decía que en las rodillas
le crujía una carreta,
que vomitaba cangrejos,
grillos y largas culebras,
que sentía por las noches
un tren violento en las venas
y hasta el bramido del mar
con sus violentas mareas.

El hombre cruzaba triste,
con lentitud las veredas,
lo miraban las vitrinas,
la gente vieja y la nueva
e indiferente decían:
"¡Ahí va el Loco Cepeda!"

Era cual su fantasía,
ya sin campana y sin cuerda,
no resonara en sus huesos
como en otras primaveras.

Hoy dijeron simplemente:
"Ha muerto el Loco Cepeda".

Y en verdad había muerto
con sus inmensas ojeras,
con su bastón de coligüe
y su locura de estrellas.

Y he quedado meditando
en esta historia tan vieja,
en su telón que ha caído
cual dramática comedia
donde un principe ridículo
confunde trapos por sedas.

¿Era, en verdad, solo un loco
el rubicundo Cepeda,
flaco de carnes y de huesos,
grande de porte y de huellas
por las calles de mi pueblo
con tanto siglos a cuestas?

O somos locos nosotros
que vivimos en tabletas,
licuados en las redomas,
esclavos de la paciencia,
consultando los relojes
verticales de la tierra,
elevando volantines
de inalcanzables estrellas.

¡Hay que creer un instante
igual que el Loco Cepeda
que el mundo está suspendido
apenas por una hebra,
que tenemos nidos viejos
de hormigas en las orejas,
que nos reptan mil lagartos
en las profundas ojeras,
que hablamos con los zapatos
a la hora de la siesta
y son pompas de jabón
el hombre y sus apariencias!

¡Loco de azules visiones,
capitán de falla entera,
desviado mimbre y coligüe:
Daniel Antonio Cepeda!



Carlos Ruiz Zaldívar - Los Cantos del Gallo Ciego, 1980
 
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PABLO NERUDA: Pido castigo
Por estos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.

Para lo que de sangre, salpicaron la patria,
pido castigo.

Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido castigo.

Para el traidor que ascendió sobre este crimen,
pido castigo.

Para el que dió la orden de agonía,
pido castigo.

Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.



PABLO NERUDA, 1973
 
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JAIME HUENÚN : Puerto Trakl (fragmento)
Todo amor cuenta las horas de su fin,
tal como el río resbala sobre peces y piedras
que cambian de corriente,
de nido y soledad.


Al pie de esta canción
mis días levantan sus pequeñas ruinas:
un pálido arco iris dando sombra a mi sangre,
las palabras que van a dar al río
de una poesía inútil,
las huellas que dejan mis pies
sobre la luz del agua.

Faroles a lo lejos
cobijan mi destino : un bar de vagabundos
donde todo fin comienza
como un sueño imposible de recordar.



Jaime Huenún - Puerto Trakl, 2001


 
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ENRIQUE LIHN: De un intelectual a una muchacha de pueblo
Mi falsa bondad tú eres la única en comprenderla,
porque la confundes ciega, sagazmente con lo único bueno que va quedando en mi
y no distingues entre mi miedo a la vida y mi amor a la vida
y eres, por un momento, el báculo de esta vejez prematura.

Crees, en cambio, en el hombre que yo habría sido
y en el que fui fugazmente antes de estos años amargos,
de no haber sucumbido al gusto de la derrota,
al placer y hasta la pasión de la derrota,
por lo mismo que crees en el amor

O porque el amor te hace creer,
como si se tratara de un manojo de hierbas
en manos de una vieja curandera,
en sus virtudes balsámicas,
y estas penetrada del papel del amor
como de un sabor a hierbas mágicas.

Creerás en lo que te diga, al oído, el horóscopo
en el estilo epístolar, en la lectura de las manos;
tu novela soy yo para las noches de insomnio
cuando la virginidad acostumbrada a todo
da con todo señales de impaciencia
y hay que adormecerla con un cuidado especial.

Esta distancia absurda entre tu cuerpo y el mío,
es el cauce de un sueño que une las dos orillas
colmado, por fin, bajo una tierna luz de amanecer pantanoso.

Te encontrarás en una isla conmigo,
cualquier imagen de calendario
puede ser en este momento tu hallazgo,
el primer recurso de la poesía y el último,
porque no amas las palabras
ni te bastan los excesos de la imaginación,
a todo ello prefieres el éxtasis,
poner orden en tu vida
con esas grandes manos tranquilas
y esperar.



ENRIQUE LIHN
La musiquilla de las pobres esferas - 1969
 
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